Los Diez Bueyes y tres canciones Zen

Los versos que cantaron todos aquellos que buscaron la naturaleza de Buda

  Los Diez Cuadros del Buey

 El Canto del Dragón

 El Canto del Zazén

El Canto del Lugar de la Alegría Pura




Los Diez Cuadros del Buey
Shiniu (jap.)
Ju-gyu Zu (chin.)
Guoán Shiyuán [Kakuán Shien], versos. Siglo XII
Shubun, dibujos. Siglo XV

El canto de Los Diez Cuadros del Buey expresa de manera simbólica el proceso de retorno a la fuente perdida, nuestra naturaleza más íntima, la naturaleza de Buda. Llegar a la fuente, al origen, es la iluminación.

Poema e ilustraciones siempre han ido juntos en este canto. Los Diez Cuadros del Buey es un poema visual que ya nos causa impacto antes con la mirada que con la lectura. El personaje principal de la historia es un joven boyero que, como el principiante del Zen, ha sido negligente en su actitud y práctica y se le ha extraviado el buey. El proceso de su búsqueda es el camino del Zen. Cada imagen y cada poema representan una etapa en ese camino.

Ni con sortilegios, ni con señuelos, ni con trampas se logra cazar de nuevo al buey. Quien desee recuperarlo no tiene otra opción que andar de nuevo un duro camino… Pero cuando se alcanza, las cosas ordinarias las observamos como las cosas más extraordinarias y, así, nuestro entorno, cambia con nosotros, y aunque nos encontremos en un bullicioso mercado rodeados de lo más indeseable, uno se convierte en un verdadero tesoro para los demás.

El boyero simboliza al uno mismo que se va transformando. Primeramente identificado con un ego individualizado, separado del buey, pero que al fin logra realizar su identidad con la última realidad, la del Universo, que supera todas las distinciones: así culmina su existencia y ya no hay nada en él que no sea naturaleza de Buda.

 I. La búsqueda del buey

En la soledad del yermo, perdido en el bosque, el muchacho busca ¡busca!
Aguas turbulentas, montañas lejanas, caminos sin fin.
Agotado, desconcertado, ya no sabe dónde ir,
sólo escucha en el arcedo el canto de las cigarras al atardecer.

I

El buey nunca se ha perdido, ¿cuál es entonces la razón para su búsqueda? El pastor no logra encontrarlo. Se ha apartado de su propia naturaleza íntima, dejándose llevar por el engaño se sus sentidos. Se aleja cada vez más de su hogar, y los caminos y las encrucijadas son para él un todo confuso. El deseo a ganar y el miedo a perder le queman como el fuego. Sus pensamientos sobre lo correcto o lo erróneo le sumergen en un torbellino.



II. Hallando el rastro

Junto al arroyo, bajo los árboles, se aprecian, dispersas, las huellas de aquel que se extravió.
Una perfumada hierba crece espesa ¿Halló el camino?
Aunque el animal vague por lugares remotos,
anda con su hocico erguido
y nada lo puede ocultar.

II

Cuando comprende la Enseñanza, entiende, y entonces halla el rastro del buey. Entiende que aunque unos recipientes puedan ser variados en forma, pueden ser de un mismo metal, y que el mundo objetivo es un reflejo de uno mismo. Con todo, no puede distinguir lo bueno de lo que no lo es, y su mente todavía se confunde en cuanto a lo verdadero y a lo falso. Aunque no ha traspasado la barrera, de momento ha hallado el rastro.



III. Vislumbrar al buey

En lo alto, encaramado en una rama, un ruiseñor canta alegremente.
El sol es ardiente, pero la brisa alivia en la ribera donde los sauces verdean.
El buey está allí, solitario, no se puede ocultar en ningún lugar.
¿Hay artista que sea capaz de pintar esa gran testa y esos cuernos majestuosos?

III

El muchacho encuentra la senda por el sonido que le llega, y así capta su fuente. Todos sus sentidos se hallan en orden y armonía. Está manifiestamente presente en todas sus actividades. Es como la sal en el agua, como el color en el tinte. Está allí aunque no pueda ser distinguido como una entidad individual. Cuando la mirada se dirige correctamente, descubre que no hay otro sino sí mismo.



IV. La captura del buey

Con toda la fuerza de su ser, el mozo laza finalmente al buey:
¡Pero qué salvaje es! ¡Cuán ingobernable es su energía!
Tan pronto se escapa hacia un altozano,
como súbitamente se adentra en un impenetrable desfiladero.

IV

Por mucho tiempo perdido en el yermo, el boyero encuentra finalmente al buey y se lanza a apresarlo. No obstante, el buey es difícil de controlar ya que rechaza abandonar sus queridos y embriagantes pastos. Su naturaleza salvaje es todavía ingobernable, y rehúye toda sumisión. Si el pastor desea el buey en total armonía consigo mismo, tendrá que usar el látigo con decisión.



V. Amansando al buey

El chico no suelta ni la soga ni el azote,
quizá el animal se escape lejos, por remotas sendas.
Si la tienta del buey es correcta, será dócil y puro.
Y sin cabos ni nada que lo ate, seguirá mansamente a su pastor.

V

Cuando aflora un pensamiento, otro le sigue, y luego otro, en un rosario de pensamientos sin fin. Con la iluminación, todo esto gira hacia la verdad. Mientras prevalece la confusión, lo falso se afirma. Lo que nos oprime no es el mundo objetivo, si no los engaños que nacen de la mente. No sueltes el anillo de la nariz de la res, sujétalo firme y no te permitas ninguna vacilación.



VI. Regreso a casa a lomo del buey

Montado en el buey inicia el camino al hogar, sin prisas:
envuelto en la neblina de la tarde, el son de su flauta se funde en ella.
Se acompasa dando palmadas, y su corazón se llena de una indescriptible alegría.
¿Es necesario decirle que ahora él es uno más entre los que conocen?

VI

La pugna ha finalizado. Ya no le preocupa ganar o perder. Tararea una melodía de leñadores, sencillos cantos de muchachos de aldea. Montado en el lomo del buey, sus ojos se fijan en lo que no es terrenal. Si le llaman, no girará la cabeza. Aunque se lo supliquen, ya no se va a rezagar más.



VII. Olvidado el buey, el hombre queda sólo

A horcajadas sobre el buey, al fin alcanza su hogar.
Hete aquí que el buey ya no lo es más, y el hombre se sienta únicamente, sereno.
Aunque el rojo sol se encuentre en lo alto del cielo, él todavía sueña quietamente,
y bajo una techumbre de paja quedan la tralla y la soga, abandonadas.

VII

Los dharmas son uno y el buey es su símbolo. Cuando sabes que lo que necesitas no es el señuelo ni la red sino las liebres o los peces, es como lograr separar el oro de la escoria, como cuando la luna asoma entre las nubes. Un rayo de luz serena penetrante, que brilla incluso desde antes de los días de la creación.



VIII. Trascender al buey al hombre

Todo es vacío: el azote, la soga, el hombre, y el buey.
¿Quién es capaz de escrutar la inmensidad del firmamento?
En un horno de ardientes llamas no puede existir un copo de nieve:
cuando eso es así, surge el espíritu de los antiguos maestros.

VIII

Queda de lado toda confusión, y sólo prevalece la serenidad. Ni tan sólo retiene la idea de santidad. Ni se pregunta dónde está el Buda, ni sigue pensando más donde no está el Buda. Cuando no hay dualidad, ni un ser con mil ojos puede detectar una huida. Una santidad a la que los pájaros ofrezcan flores no tiene ningún sentido.



IX. Vuelta al origen, a la Fuente

Demasiado trabajo para regresar al origen, a la fuente.
Mejor habría sido quedarse en casa sin alboroto, ciego y sordo.
Sentado en la choza, no se adquiere conocimiento sobre lo de afuera.
Los ríos fluyen hacia nadie sabe dónde,
y las flores de rojo encendido, ¿para quién son?

IX

Desde el principio, todo es puro e inmaculado y las mancillas nunca han afectado al hombre. Observa el crecimiento de las cosas, mientras se mantiene en la serenidad inmóvil de la no-afirmación. Ni se apega a las transformaciones de su derredor, ni hace uso de nada artificioso. Las aguas son azules, las montañas son verdes. Solamente sentado, observa los cambios que experimentan las cosas.



X. Entrar en la ciudad con las manos que conceden la felicidad

Descamisado y descalzo llega a la plaza del mercado,
va tiznado de barro y ceniza, ¡pero cuán ancha es su sonrisa!
No hay necesidad de milagrosos poderes divinos.
¡Los árboles secos florecen de nuevo sólo tocarlos!

X

Tras la puerta de su cabaña de techo de paja ni los más sabios le conocen. No acosan las miradas que sobre su interior pueda ser aprehendido. Él sigue su propio camino sin seguir las huellas de los maestros antiguos. Llega al mercado con su calabaza, y regresa a casa apoyándose en el bastón. Departe con taberneros y carniceros, y él y todos con se convierten en Budas.


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El Canto del Lugar de la Alegría Pura
JING LE SHI
Hongzhí Zhengjué [Wanshí Shogaku]. Siglos XI-XII


El Canto del Lugar de la Alegría Pura [chi. Jing Le Shi] es obra de Hongzhí Zhengjué (1091 - 1157), uno de los grandes maestros del budismo chan, abad del legendario monasterio de Tiantong (Zhejiang, China) donde años más tarde adquiría el sello de la transmisión de su linaje el maestro Dogén Zenjí, fundador de la escuela Soto Zen japonesa.

Hongzhí (también escrito Hung-chih Cheng-chueh; o Wanshí Shogaku o Wanshí Zenjí, jap.), es así mismo conocido por Tiantong Hongzhí Chanshí, el maestro chan de la Vasta Sabiduría”, según el título concedido por el emperador de la dinastía Song Gao Zong, y es el máximo exponente de la “Iluminación silenciosa Chan” (jap. mokushozen). 

En 1129, Hongzhí inició sus estudios en el Monasterio de Qingdé o del Monte Tiantong, donde ya permaneció el resto de su vida. Dogén, que ingresó un siglo después en este templo y adquirió en éste los conocimientos del Zen que luego transfirió al Japón, fue muy influenciado por la obra en Hongzhí, el Viejo Buda  como lo llamaba (jap. Wanshí Kobutsu), inspirando diversas de sus obras: en el Genjokoan, sobre los koans; o en Zazén shin (la Aguja del Zazén), análoga a una obra homónima de Hongzhí del mismo nombre.

Hongzhí llamó a su método “Iluminación silenciosa", y lo describió así: "El cuerpo se sienta silenciosamente; la mente, quieta, inmóvil. La boca, como si estuviera rodeada de musgo, y en tu lengua, brotes de hierba. Haz esto sin cesar, limpiando la mente hasta que obtengas la claridad del agua de una alberca en otoño, o la brillantez como la luna que ilumina el cielo del atardecer".

Hongzhí también dijo: "Sentado silenciosamente, cualquier mundo puede aparecer, la mente está muy clara en todos los detalles, todo está originalmente en el lugar que le es propio. La mente permanece en un pensamiento de diez mil años, pero no mora en ninguna forma, ni interior ni exterior”.


Persiguiendo las formas y los sonidos,
en verdad nadie puede encontrar la Vía.
La fuente profunda de la Iluminación
surge de la constancia, de la alegría
y de la pureza, y ser uno mismo [1].

Su pureza es constante,
su alegría es la mía propia.
Ambas dependen una de la otra,
como la leña y el fuego.
La alegría de uno mismo [1] no se agota,
la pureza inmutable no tiene fin.
La existencia profunda está más allá de las formas.
La sabiduría ilumina el interior del anillo.

Dentro del anillo [1], el uno mismo [2] desaparece,
ni existe ni no-existe.
Íntimamente transporta una energía espiritual,
y sutilmente hace girar un gozne secreto.
Cuando ese bisagra misteriosa
encuentra la ocasión de dar la vuelta,
aparece la propicia luz original [3].

Cuando los prejuicios de la mente
todavía no han surgido,
¿cómo se pueden distinguir palabras e imágenes?
¿Quién es capaz de distinguirlo?
Entiéndelo claramente y conócelo por ti mismo.
Absoluta y total, la visión interior lo incluye todo,
no está afectada por un pensamiento que discrimina.
Cuando se olvida el pensamiento que discrimina,
es como una flor blanca brillando en la nieve. [4]

Un haz de luz atraviesa el Universo.
Un solo destello irradia en todas las direcciones.
Desde el origen no ha estado ni oculto ni cubierto.
Encuentra su motivo de emerger
y se expande entre todas las transformaciones.
Manteniéndose en estas transformaciones,
la alegría pura es inamovible:
el cielo la rodea, el océano la encierra. [5]

Cada instante es sin error.
En esta realización perfecta,
se funden lo interior y lo exterior.
Todos los dharmas trascienden sus límites,
todas las puertas se abren de par en par.
A través de ese paso franco
pasan las sendas por las que se vagó errante.
Abandonar los sentidos y los objetos de los sentidos
es como si fueran desapareciendo
las flores que hemos mirado
y todo lo que hemos oído.
Mirar y oír no son más que condiciones lejanas
de millares de ojos y de manos.

Los demás mueren por estar demasiado ocupados,
pero yo me mantengo en mi determinación. [6]
En la magia de la determinación
no hay rastro de sutiles significados.
En la pureza está la alegría,
en el silencio, el despertar perfecto.
La mansión de la iluminación silenciosa
es el lugar de la alegría pura.
Morar en paz, es olvidar las dificultades,
es abandonar lo vano para llegar a ser genuino.
Nada se obtiene por las palabras,
He ahí lo esencial de la sinceridad.
La enseñanza de Vimalakirti [2]
atraviesa la puerta de lo no-dual.


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El Canto del Dragón
RYUGIN
Eihei Dogén. Siglo XIII


El Canto del Dragón [jap. Ryugín], uno de los capítulos del libro 61 del Shobogenzo [Tesoro del Ojo del Dharma Verdadero], obra magna del maestro Eihei Dogén (Kyoto, 1200 - 1253) fue compuesto en el invierno de 1243, en el pequeño templo de Yamashibu (provincia de Echizén), donde se hallaba refugiado, huyendo del acoso de los monjes de las escuelas Tendai y Shingón de Kyoto, que lo consideraban un herético. 

El Canto del Dragón es uno de los textos más cortos del Shobogenzo, representa de hecho un comentario a un antiguo aforismo Chan: “el canto del dragón en un árbol seco” [jap. koboku ryugín]. En japonés, dragón es Ryu, y Gin, la palabra traducida habitualmente en este caso como “canto” también puede usarse para toda una gama de sonidos: canción, recitación, grito, rugido, gemido, suspiro, canturreo, etc. Aquí se ha usado la forma más usual, que además es la de mayor connotación poética, tal como sugiere el poema, quizá uno de los más simbólicos de Dogén.

El maestro Dogén construye el Canto del Dragón hilvanando una retahíla de koans de antiguos maestros de los que él conoció su obra durante su estancia en la provincia china de Zhejiang y, sobre todo, en el monasterio budista Chan de Tiantong, uno de los de mayor prestigio de la China del siglo XIII.

A pesar de que la esencia de la enseñanza que Eihei Dogén transmitirá será shikantaza, “solo sentarse”, desestimando el uso de los koans, no pudo sustraerse de esas enigmáticas cuestiones que todavía hoy formulan los maestros Zen Rinzai a sus discípulos como método para alcanzar el despertar. 

"El canto del dragón en un árbol seco”, evoca en definitiva no una melodía física, fenoménica, que capta nuestro oído, sino algo que no puede ser escuchado si no con el corazón: el silencio, la naturaleza, el universo, la realidad. La realidad tal cual es, sutil e imposible de ser sólo comprendida por el intelecto.

¿Puede alguien escuchar el canto del dragón? Pregunta un monje en el canto. Y es respondido que todo el mundo lo puede escuchar, puesto que esa realidad se halla por todas partes, al alcance de todos. Si somos capaces de captar el sonido de la realidad, el canto del dragón, y nos sumergimos en ella, accedemos a la naturaleza de Buda. Y entonces descubrimos que todo los que nos rodea es naturaleza de Buda. No hay frontera entre el mundo de Buda y el mundo vulgar.


Una vez, un monje preguntó al gran maestro Tosu Daido, “¿existe el canto del dragón de un árbol seco?”.

El maestro dijo, “Yo conozco el rugido del león de una calavera” [1]

Lo que se cuenta sobre “árboles secos y cenizas muertas” es de hecho una enseñanza ajena [al budismo].

Aun así, existe una gran diferencia entre ese “árbol seco” que dicen ajeno y el “árbol seco” del cual hablan los budas y los patriarcas.

Mientras que la forma ajena habla de “árboles secos”, esta no sabe nada ni de “árboles secos” ni, mucho menos, han oído “el canto del dragón”.

Los que son ajenos creen que un “árbol seco” es un árbol pudriéndose. Les han enseñado que no puede “experimentar la primavera” [2]

Los “árboles secos” de los cuales hablan los budas y los patriarcas es el aprendizaje “de la desecación del océano”.

La desecación del océano es el árbol secándose. El árbol secándose “encuentra la primavera”. El árbol que no se mueve “se seca.”

Los árboles que vemos en la montaña, los árboles del océano, los árboles del cielo y todos los demás son el “árbol seco”.

La “germinación de un brote” es “el canto de un dragón en un árbol seco”. Aunque puedan ser cien, mil, una miríada en su derredor, son la progenie de ese árbol seco.

La huella, la naturaleza, la sustancia, y la energía de “lo seco” es “un poste seco” y “no un poste seco”, tal como dicen los budas y los patriarcas.

Hay árboles en montañas y valles. Hay árboles en arrozales y aldeas.

Los árboles de las montañas y valles son conocidos por todos como pinos o cipreses. Los árboles de los arrozales y de las aldeas son conocidos por todo el mundo, tanto humanos como devas.

”Las hojas se desparraman sobre la base de la raíz”: eso es lo que han dicho los budas y los patriarcas. La “raíz y la rama regresan a la fuente”: éste es nuestro aprendizaje.

Ser así es un cuerpo del Dharma largo de un árbol seco, un cuerpo del Dharma corto de un árbol seco.

Los que no son un árbol seco no cantan como un dragón; los que no sean un árbol seco no olvidarán el canto del dragón.

“¿Cuántas primaveras has encontrado sin cambiar de mente?”. Ésta es la canción del dragón de un árbol enteramente seco.

En la partitura no están escritas todas las notas musicales, sólo dos o tres de ellas están en la melodía del canto del dragón. [3]

Sin embargo, la pregunta del monje, “¿hay una canción del dragón del árbol seco?” es la primera vez que aparece dicha cuestión tras incontables kalpas. Es la formulación del asunto.

El aforismo de Tosu, “conozco el rugido de un león de la calavera” es “¿qué puede ocultar?”. Esto es “nunca ha cesado de entregarse y de ofrecerse a los demás”. Esto es “las calaveras llenan los campos”. [4]

Una vez, un monje preguntó al gran maestro Kyogén Chikán, “¿qué es la Vía?”.
El maestro dijo, “el canto de un dragón del árbol seco.”
El monje dijo, “no entiendo.” El maestro dijo, “un ojo en una calavera”.

Más adelante, un monje preguntó a Sekiso, “¿qué es el canto de un dragón del árbol seco?”
Sekiso dijo, “todavía abriga la alegría”.
El monje preguntó, “¿qué es un ojo en una calavera?”.
Sekiso dijo, “todavía abriga la conciencia”.

Una vez más un monje preguntó a Sosán, “¿qué es el canto de un dragón en un árbol seco?”
Sosán dijo, “el fluido por las venas no se ha interrumpido”.
El monje dijo, “¿qué es un ojo en una calavera?”
Sosán dijo, “no enteramente seca”.
El monje dijo, “Entonces, ¿cualquier persona puede oírlo?”.
Sosán dijo, “en toda la tierra no hay nadie que no pueda oírlo”.
El monje dijo, “entonces, ¿qué versos forman el canto del dragón?”.
Sosán dijo, “no conozco sus versos. Quien los oye pierde su vida”. [5]

El oyente y el canto de los que se habla aquí no son iguales a quien canta el canto del dragón. La melodía es la del propio dragón con su canto”.

“En un árbol seco”, “en una calavera”, no se refieren ni a algo que esté a su alrededor, ni dentro o afuera, ni sobre uno mismo u otro. Son lo presente y lo pasado.

“Todavía abrigar la alegría” es como “un cuerno emergente de la cabeza”.

“Todavía abrigar la conciencia”, es como una “piel absolutamente ajustada”. [6]

El dicho de Sosán, “el fluido de las venas no se ha interrumpido”, es como hablar sin evasivas. Es “dar la vuelta uno mismo en el flujo de las palabras”.

“No enteramente seco” es como “cuando el océano se deseca no lo hace enteramente hasta su parte inferior”.

Puesto que “no enteramente” se “está secando “, “se está secando por arriba” más que “secarse” en su totalidad.

La pregunta “¿puede oírlo cualquier persona?” es como decir, “¿hay alguien que no pueda?”.

Sobre “en toda la tierra no hay nadie que no pueda oírlo” nosotros deberíamos preguntarnos: dejando de lado quien haya podido oírlo, cuándo no existía ningún mundo, ¿dónde se hallaba el canto del dragón? ¡Habla! ¡Dime!

Entonces, “¿qué versos forman el rugido del dragón?” es la pregunta que debería ser hecha.

El dragón entona por sí mismo su rugido, y lo eleva más allá del fango espirándolo más allá de las ventanas de su nariz.

“No sé qué versos”, quiere decir que es el dragón en el seno de dichos versos. “Quien lo oye pierde su vida”: ¡qué lástima! [7]

Este canto del dragón de Kyogén, Sekiso y Sosán forma las nubes y trae la lluvia.

No habla sobre la Vía; no habla del ojo o de la calavera: son apenas unas melodías de las diez mil melodías del canto del dragón.

“Todavía abrigando alegría” es “el croar de las ranas”. Todavía abrigando conciencia” es “el rumor de los gusanos.”

Así como, “el fluido de las venas no se interrumpe”, “una calabaza reemplaza a otra calabaza” [8].

Puesto que aquel “no se ha secado enteramente”, las columnas generan y conciben formas, y las linternas se alinean con las linternas. [9]


Presentado a la comunidad el vigésimo quinto día del duodécimo mes del primer año de Kangén [5 de febrero de 1244], bajo el Yamashibu, en la provincia de Echizén [9]

Copiado en Eihei-ji en el quinto día del tercer mes del segundo año de la era Koan [17 de abril de 1279] [10]


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El Canto del Zazén
ZAZEN WASAN
Hakuín Ekaku. Siglos XVII-XVIII


El maestro Hakuín Ekaku (1685-1768) está considerado el padre del Zen Rinzai moderno. Vivió una vida sencilla, en un pequeño templo de la provincia japonesa de Suruga, y se consagró a la educación de los monjes y a la difusión del Zen entre los laicos. Es el primer maestro budista Zen de la historia en propugnar la idea de un Zen popular, también practicado por el pueblo llano además de los monjes.

“Zazén Wasán “, El Canto del Zazén [o de la Meditación] fue escrito por Hakuín hacia 1718. Para él, la misión del Zen es la de ayudar a las personas a descubrir su naturaleza verdadera, la naturaleza de Buda, para caminar por el camino correcto de la vida, un camino para hacer mejores gentes y, ayudando a poner fin a su sufrimiento, ayudando a cada persona en su salvación, que es en definitiva de lo que se trata cuando uno alcanza el Despertar.

Y añadirá: “Con el corazón en la mano, ofrezcámosles esta Verdad. / Que la escuchen aunque sea tan sólo una vez, / y dejémosles elogiarla, y abrazarla alegremente, / y se verán seguramente bendecidos hasta lo infinito”. Y es que Hakuín rechaza el Zen complicado y misterioso en que se había convertido al cabo de cuatrocientos años de su llegada al Japón. Defiende un Zen comprensible para el común de la gente, y capaz de ser practicado a diario.

Este es un pensamiento totalmente revolucionario para la época, ya que lo normal era que eso fuera ejercido exclusivamente por monjes y monjas, y que el papel de los laicos se limitara al de efectuar donativos con los que alimentar a templos y monasterios regidos por abades de familias que se perpetuaban de padres a hijos.

Hakuín es uno de los maestros más grandes del Zen, y Zazén Wasán es un canto muy pequeño. Pero es como una semilla que cuando germina da paso a un frondoso árbol. 


Los seres sensibles son desde el principio todos Budas:
como el agua y el hielo,
si no hay agua, el hielo no puede existir.
¿Más allá de los seres sensibles, dónde se pueden hallar los Budas?
No conociendo cuan cerca está la Verdad,
la gente la busca en sitios lejanos, ¡qué pena!

Son como aquellos que, en medio del agua,
lloran implorando que tienen sed.
Son como el hijo de un hombre rico
que se marcha a pedir con los pobres.
La razón por la que nosotros transmigramos a través de los seis mundos
es porque nos perdemos en la oscuridad de la ignorancia.
Perdiéndonos más y más lejos en la oscuridad,
¿cómo conseguiremos salir del ciclo de nacimiento y muerte? [1]

Si observamos la Meditación practicada en el Zen*,
no tenemos palabras suficientes para elogiarla plenamente:
las virtudes de la perfección, tales como la caridad, la moralidad y otras,
así como la invocación del nombre de Buda, el arrepentimiento, una conducta austera,
y muchos otros actos buenos y meritorios,
todos vienen por la práctica de zazén.

Incluso aquellos que lo han practicado y se han sentado apenas una sola vez
verán todo su mal karma limpio.
En ningún lugar encontrarán malos caminos,
pero la Tierra Pura la hallarán cerca de ésta.

Con el corazón en la mano, ofrezcámosles esta Verdad.
Que la escuchen aunque sea tan sólo una vez,
y dejémosles elogiarla, y abrazarla alegremente,
y se verán seguramente bendecidos hasta lo infinito.

Los que reflexionando dentro de sí mismos,
atestiguan la verdad de la propia naturaleza,
la verdad de la propia naturaleza es la no-naturaleza,
y van realmente más allá de la comprensión de lo aparente.
Para éstos se abre la puerta de la unicidad de causa y efecto,
y la senda de la no-dualidad y la no-trinidad se traza derecha. [2]

Respetando lo no-propio que se encuentra en lo propio,
tanto si van o como vuelven, permanecen por siempre más sin moverse.
Reteniendo el no-pensamiento que subyace en el pensamiento,
en cada acto se oye la voz de la Verdad.

¡Cuán ilimitado es el cielo de Samadhi [3] sin ataduras!
¡Cuán transparente es el claro de luna perfecta de la las cuatro sabidurías! [4]
En ese momento ¿qué es de lo que carecen?

Así como la Verdad eterna se les revela a ellos,
este mismo mundo es la Tierra del Loto de la Pureza,
y este cuerpo es el cuerpo del Buda.