Instrucciones al Cocinero

Tenzo Kyokún

  
  

Los monasterios budistas tienen, en principio, seis administradores. Todos son devotos de Buda, y su única preocupación es continuar la obra de Buda. Entre estos responsables hay quien se conoce como el cocinero (1), y que tiene a su cargo la preparación de las comidas para el conjunto de monjes. Las Reglas de Pureza de los Monasterios Chan (2) dicen: "para ofrecer alimento a los monjes de la comunidad, hay un cocinero". Desde tiempos antiguos, esta responsabilidad se ha confiado a monjes veteranos que tienen en su espíritu la búsqueda de la Vía -personas eminentes que aspiran alcanzar el espíritu del Despertar.

En general, el trabajo de cocinero es una búsqueda más de la Vía. Quien carezca del espíritu de búsqueda de la Vía, no realizará más que un trabajo vanidoso y dificultoso, sin beneficio de principio a fin. Las Reglas de Pureza de los Monasterios Chan dicen: "Se tendría que mantener un espíritu de búsqueda de la Vía, adaptarse según la ocasión, y asegurarse de que la comunidad reciba lo que le sea necesario y le aporte bienestar". En otros tiempos, monjes como Isán y Tozán (3) realizaron esta tarea, y otros grandes maestros que los precedieron también la ejercieron en algún momento. Por lo tanto, con toda seguridad, éste no es el mismo trabajo que el de un simple cocinero, un cocinero imperial o de cualquier otro tipo.

Cuando este monje de la montaña (4) se encontraba en la China de los Song (4B), cuando tenía un día libre preguntaba a los monjes ancianos ya jubilados sobre las funciones que habían ejercido en el pasado, a fin de que compartieran conmigo algunos de sus puntos de vista. Sus explicaciones eran los huesos y la médula legada por los budas (5) y los antepasados que alcanzaron la Vía desde los tiempos antiguos. Por prudencia y por norma, todos tendrían que leer las Reglas de Pureza de los Monasterios Chan. Y después, prestar atención a las detalladas explicaciones de los responsables ya retirados.

A lo largo de uno solo día y noche, las obligaciones del cocinero van de la siguiente manera.

Primero, después de la comida de mediodía, se dirige a las dependencias del prior y administrador, y recoge los ingredientes para las comidas del día siguiente: arroz, hortalizas y demás. Una vez ha obtenido, lo cuida como si fueran las niñas de sus ojos. Decía el maestro Chan Yong de Baoning: “proteger y cuidar los bienes del monasterio, es como hacerlo para nuestros propios ojos"(6). Hay que respetarlo y valorarlo todo como si los ingredientes fueran para una comida imperial. Estas prescripciones se aplican tanto para las cosas no cocinadas como a las cocidas.

Después, los administradores se reúnen en el recibidor de la despensa para hablar sobre lo que tendría que ser cocinado en el día siguiente, qué hortaliza se tendría que comer, como se tendría que preparar la sopa de arroz, y así con todo el resto. Las Reglas de Pureza de los Monasterios Chan dicen: “para decidir sobre los ingredientes, así como de los sabores y número de guarniciones para las comidas, hay que consultar primero a los administradores del almacén de provisiones". Estos administradores son los mencionados antes: el jefe (7), el asistente del jefe, el tesorero, el supervisor de la  conducta de los monjes, el cocinero y el encargado de los trabajos. Cuando los sabores y los platos han sido decididos, se escriben en los tablones de anuncios que se encuentran delante de las estancias del abad y de las cámaras comunes de los monjes.

Después de eso, [el cocinero] prepara la sopa de arroz de la siguiente mañana. Cuando se lava el arroz, se preparan las hortalizas y otras cosas, haciéndolo con las propias manos, con gran atención, esfuerzo vigoroso y espíritu sincero. No os permitáis ningún momento de negligencia o de pereza. No dejéis de estar atentos en una cosa hasta pasar a hacer otra. No dejéis que se os escape ni una gota del océano de los méritos; incluso una ínfima partícula de polvo puede levantar una montaña de buen karma.

Las Reglas de Pureza dicen: "si no se ofrecen los Seis Sabores, no se puede decir que el cocinero haya servido a la comunidad" (8). Cuando examináis el arroz, primero buscad los granos de tierra; cuando examinéis la tierra [tamizada del arroz], buscad primeramente el arroz. Si os fijáis prudente y detalladamente, con vuestra mirada a uno y otro lado sin que el espíritu se relaje, [la comida] quedará repleta de las Tres Virtudes y dotada de los Seis Sabores de forma natural (9).

Cuando Seppo Gisón ingresó en Dongshán, sirvió de cocinero. Un día en que estaba tamizando arroz el maestro Tozán le preguntó:

- ¿Estás tamizando la tierra y apartando el arroz, o bien tamizas el arroz y apartas la tierra?
- La tierra y el arroz son apartados al mismo tiempo -- dijo Seppo Gisón.
- ¿Qué comerá la comunidad? -le preguntó Tozán. Por respuesta, Seppo Gisón volcó el barreño. Entonces dijo el maestro Tozán:
- ¡Llegará un día en el que te irás a buscar a otro maestro! (10)

En el pasado, los grandes hombres que se hallaban en la Vía la practicaban de esta manera: haciendo con afán el trabajo con sus propias manos ¿En estos últimos tiempos, sin embargo, cómo hemos podido haber sido tan negligentes [en nuestra práctica] y tan poco prudentes en eso? Los antepasados decían que los cocineros se recogían las mangas [para el trabajo manual] al mismo tiempo que también buscaban la Vía. Para evitar que hubiera equivocaciones al distinguir el arroz de los granos de tierra, lo examinaban con sus propias manos. Las Reglas de Pureza de los monasterios Chan dicen que "al ser preparadas las comidas, tendríamos que reflexionar íntimamente sobre nosotros mismos; entonces, serán puras y refinadas". (11)

Reserva el agua blanquecina que queda cuando se ha lavado el arroz; no la tiréis de derrochadoramente. Antiguamente, se utilizaba un saco de ropa para escurrir esa agua blanca y después la utilizaban para hervir el arroz cuando se hacía la sopa. Una vez puesto dentro de la olla de la cocina, hay que prestar atención y vigilar. No permitas que ni los ratones lo toquen por descuido, ni que los curiosos se acerquen para examinarlo o para tocarlo.

Cuando cocines las guarniciones de verduras para la sopa de la mañana, también prepara las bandejas y los barreños utilizados para el arroz, la sopa, etcétera, así como los diversos utensilios y menaje que se utilizará en la comida de mediodía de aquel día. Límpialos de manera que estén completamente puros y limpios, cuelga arriba los que van arriba, y abajo los que van abajo. "Los lugares altos se encuentran en un nivel alto, y los lugares bajos se encuentran en un nivel bajo"(12). Trata los utensilios como los palillos y los cucharones, así como todas las demás herramientas e ingredientes, con el mismo respeto. Utilízalo todo con cuidado, recogiéndolo luego y devolviéndolo a su lugar.

Cuando hayas acabado, piensa en los ingredientes para las comidas del día siguiente. Primero, escoge el arroz. Por si hay bichos, granos germinados, caparazones o piedrecillas, hazle prudentemente una comprobación. Mientras se comprueba el estado del arroz y de las hortalizas, los ayudantes tendrían que cantar sutras y dedicar el trabajo al dios de la cocina (13). Después, selecciona entre las hortalizas los ingredientes para la sopa. Cuécelos. No discutas con los administradores del almacén de las provisiones sobre la cantidad de ingredientes que has recibido. Sin preocuparte de su calidad, simplemente haz lo mejor que sepas. No se pueden mostrar sentimientos u opiniones en relación con la cantidad de ingredientes.

Durante el día y también durante la noche, si todo va y viene por tu mente, o tu mente se entretiene en otras cosas, detenlo tú mismo y sigue la Vía diligentemente. Antes de medianoche, prevé las tareas para la próxima mañana; después de medianoche, prepara la sopa que se hará por la mañana. Cuando la sopa del día está terminada, lava las ollas, pon el arroz a hervir, y prepara la nueva sopa. Al remojar el arroz para la comida del mediodía, el cocinero no se tendría que alejar de las inmediaciones del fregadero; prestando atención en todo con el fin de que no se malgaste ni un solo grano, y que no se aclaren objetos extraños bajo el agua. Pon el arroz en las ollas, enciende los fuegos, y ponlo a hervir. En otros tiempos decían: "al poner a hervir el arroz, trata la olla como tu propia cabeza; y su agua como la sangre que da vida a tu cuerpo". Cuando esté hervido, recoge el arroz en cestas de bambú o en jofainas para el arroz y ponlo encima de la mesa. La preparación de las hortalizas, de la sopa, y del resto de la comida se tendría que hacer mientras se hace hervir el arroz.

El cocinero tiene que mantener una prudente mirada sobre el lugar donde se preparan el arroz y la sopa, dando órdenes a los ayudantes, a los criados y a los que mantienen el fuego, instruyéndolos en el manejo de los diversos utensilios. Hoy en día, los grandes monasterios tienen cocineros de arroz y cocineros de sopa, no obstante, todos ellos se hallan a las órdenes del tenzo. Antiguamente no había cocinero de arroz o de sopa, sólo un responsable, el propio tenzo.

Cuando a diario se preparan los ingredientes, no los menospreciéis con indiferencia, ni los miréis con ojos indiferentes. "Con una sola hoja de hierba se construye un santuario; (14) con una sencilla brizna gira la gran rueda del Dharma" (15). Incluso cuando, por ejemplo, se hace un caldo con los vegetales más simples, vuestra mente no tendría que rechazarlo o tomárselo a la ligera; o incluso, cuándo se hace la más fina crema de sopa, no tendríais que dejar que vuestra mente se sintiera feliz y se alegre por ese motivo. ¿Si desde el comienzo uno ya está libre de preferencias, como se pueda llegar a tener aversión a nada? Incluso cuando tengáis que trabajar con ingredientes pobres, no tiene por qué haber ningún tipo de negligencia; incluso cuando os sean propuestos ingredientes escasos, os tenéis que esforzar. No cambiéis de opinión según os vayan las cosas. Quien cambie su mente según vayan las cosas, o se desdiga de sus palabras para hacer seguidismo de alguien, no es un hombre de la Vía.

Con decisión y sinceridad, tendríais que aspirar a superar a vuestros antecesores en pureza, y a superar en atención a los honorables antepasados. La manera de cómo llevar esta aspiración a la práctica en la propia persona seria, por ejemplo, saber tomar las tres mismas monedas que nuestros predecesores gastaban en hacer una sopa con las verduras más simples, para utilizarlas ahora en hacer una fina crema de sopa.

Eso es difícil de hacer. ¿Por qué tiene que hacerse así? Porque el presente y pasado están completamente alejados entre sí, tanto como el vacío que existe entre cielo y tierra (15B). ¿Si no, cómo podríamos ser capaces de igualar su grandeza?. Si trabajamos atentamente, acabaremos con el mito de que no es es posible superar a los que nos precedieron.

Que todavía no comprendas plenamente este principio es por causa de tus pensamientos, dispersos como caballos salvajes, y de tus emociones, que corren como monos salvajes por la selva (16). Si podéis detener estos monos y estos caballos ni que sea una vez, se abrirá paso el movimiento que hace girar la luz y la hace brillar hacia vuestro interior (16B). Entonces, de forma natural, os integraréis completamente. Éste es el significado por el que nosotros, que nos ponemos en movimiento a causa de las cosas, podemos ser capaces nosotros mismos de poner las cosas en movimiento.

Armonizándose y purificándose con esta conducta, no perdáis el Gran Ojo o los Dos Ojos (17). Alzando un simple trozo de verdura, haced con él un Cuerpo de Seis Pies (18), y preguntaros qué Cuerpo de Seis Pies os hace falta para preparar un solo trozo de verdura. Ellos [los cocineros] son los que profundizan espiritualmente y hacen las transformaciones mágicas, propias de la tarea de Buda, que benefician a los seres vivos.

Habiéndose hecho de forma que los preparativos se hayan llevado a cabo, y que se haya cocinado de manera que lo que ha sido puesto en el fuego esté cocido, mirad a un lado y al otro para que las cosas estén ordenadas en su debido lugar. (19) Cuando suene o bien el tambor o bien la campana, unios a la asamblea e id donde se encuentren reunidos. "Mañana y noche, buscad y asistid", sin ningún pesar (20).

Cuando volváis a vuestras estancias, tendríais que cerrar los ojos por un momento y hacer un recuento claro del número de sitios ocupados en la sala; del número de monjes que se encuentran en habitaciones individuales, sean responsables menores retirados, sean del resto de responsables superiores; de cuántos monjes se encuentran en la enfermería, en las estancias de los ancianos, o en las provisionales; del número de monjes que hay registrados en las estancias de los invitados; y del número de monjes que se encuentren en pequeños santuarios. Después de calcularlo prudentemente de esta manera, y si todavía se tiene la más mínima incertidumbre, preguntad al responsable de la estancia en cuestión, o bien al prefecto de estancias, al jefe de estancias, o al jefe de todas las estancias, con el fin de disipar vuestras dudas.

Después, calculad con cuidado lo siguiente: para cada comensal tenéis que prever una ración de arroz, pero cuando dividáis una ración por dos, obtendréis dos raciones. O tres si dividís por tres. O cuatro si dividís por cuatro. También podéis dividir media unidad por dos, y obtendréis dos medias unidades, y cuándo sirváis el arroz, un cuarto de unidad equivaldrá a una ración. Por otra parte, si servís nueve décimas partes de una unidad, mirad cuánto os queda; y si reserváis nueve décimas partes, calculad cuántas décimas partes podréis servir.

Lograr comernos un solo grano de arroz de Luling nos permite ver al monje Guishán; conseguir proveernos de un solo grano de arroz de Luling, nos permite ver al búfalo. El búfalo de agua se come al monje Guishán, y el monje Guishán hace pastar al búfalo (21). ¿Es mi medida completa o no? ¿Es tu cálculo completo o no? Si prudentemente lo inspeccionáis, y lo comprobáis exhaustivamente, vuestra comprensión se iluminará y se os hará clara. Entonces, cuando se os presente la oportunidad, decid algo. Cuando lo comentéis con alguien, hablad. Si os esforzáis de esta manera, sin desviación, día tras día, no lo podréis olvidar, ni siquiera un momento.

Cuando un benefactor se dirige a un monasterio y hace un donativo de dinero para la manutención, tendrían que ser consultados todos los distintos administradores; éste es el precedente establecido en los monasterios en tiempos pasados. Y con respecto a la distribución de los donativos destinados a la comunidad, también es necesario que lo consultéis juntos. No se tiene que crear ninguna perturbación en la jerarquía pasándose por alto a quien tiene la autoridad.

Cuando la comida del mediodía o la sopa de la mañana se ha preparado adecuadamente y se ha puesto en la mesa, el cocinero se viste el kesa, extiende su zagu, se sitúa ante la sala del sangha (22), prende incienso y hace nueve prosternaciones. Al acabar las prosternaciones, hace entrar la comida.

Durante el día, mientras preparáis las comidas, ese tiempo no pasa en vano. Si vuestra preparación es verdadera, entonces vuestros movimientos y actividades se convertirán en una sabia acción de enriquecimiento interior de forma natural. La manera de como hacéis sentir bien a la gran asamblea se os devuelve para transformaros a vosotros mismos.

Ha pasado mucho de tiempo desde que el Dharma de Buda se empezó a oír en Japón, nuestro país. A pesar de eso, ni nuestros predecesores escribieron nada, ni nuestros sabios antecesores enseñaron nada sobre el procedimiento propio para las comidas para el sangha, y ni siquiera nunca imaginaron un rito de nueve prosternaciones antes de la comida de los monjes. La gente en este país dice que la manera de comer de los monjes y de cómo los monasterios preparan la comida es a igual a como se alimenta a las aves y a las bestias del corral. Eso es verdaderamente patético y deplorable. ¿Entonces, cómo tendría que ser?

Cuando este monje de la montaña (23) se encontraba en el Monasterio de Tiantong, el cargo estaba ocupado por el cocinero Yong, de esta misma provincia. Una vez, después de la comida del mediodía, cuando yo atravesaba el pasillo oriental hacia la estancia del Chaorán (24), vi al cocinero abanicando setas delante de la sala del Buda. Llevaba en la mano su bambú de autoridad, pero no llevaba sombrero en la cabeza. El sol era ardiente, las baldosas del suelo quemaban, y el sudor le caía de tanto como se esforzaba por secar diligentemente aquellas setas. Estaba sufriendo un poco. Con su espalda doblada como un arco y sus cejas peludas parecía una grulla.

Me acerqué y le pedí al cocinero su edad en el Dharma.

- Sesenta y ocho años --me dijo.
- ¿Por qué no mandas hacer esto a los ayudantes o a los aprendices? --le pregunté.
- Ellos no son yo -me respondió.
- Venerable señor, tu actitud es en efecto la adecuada, pero el sol es demasiado fuerte. ¿Por qué lo haces ahora? --le dije.
- ¿A qué hora tendría que esperar para hacerlo, pues? --contestó el cocinero.

No sabía qué más decirle, y seguí andando por el pasadizo, y empecé a darme cuenta de cuán importante era su esfuerzo.

Otra vez, durante el quinto mes del decimosexto año de la era Jiading (25), yo me encontraba a bordo de un barco en Qingyuán (25B). Mientras estaba hablando con el capitán japonés, llegó un viejo monje. Tenía aproximadamente sesenta años. Vino directamente hacia la nave para preguntar a los pasajeros japoneses si les podía comprar setas del Japón. Lo invité a beber té y le pregunté de dónde venía. Era el cocinero del monasterio del Monte Ayuwang (26). Me dijo:

- Soy de Sichuán, pero me fui de mi pueblo hace cuarenta años. Este año cumplo sesenta y uno. En el pasado me formé en diversos monasterios, pero en estos últimos años me quedé por una temporada en Guyun. Pude ingresar en Ayuwang, pero durante un tiempo me sentí fuera de lugar. No obstante, al final del retiro de verano del último año, fui nombrado cocinero del monasterio. Mañana es el quinto día (27), pero en toda la relación de platos no figura todavía ni una sola cosa delicada. Necesito cocer sopa de fideos, pero no tengo ninguna seta. Y por eso he hecho especialmente el viaje hasta aquí: para intentar comprar unas setas que ofrecer a los monjes de las diez direcciones (28).
- ¿Cuánto hace que te has ido? -le pedí.
- Después de la comida del mediodía -me respondió el cocinero.
- ¿Qué distancia hay de camino desde de Ayuwang hasta aquí? -le pregunté.
- Treinta y cuatro o treinta y cinco li (29)-dijo.
- ¿Cuándo retornarás al monasterio?
- Si puedo comprar ahora las setas, me marcharé inmediatamente después -me dijo.
- Hoy no esperaba ni encontrarte ni tener una conversación así en este barco. ¿No es una gran suerte conseguir este vínculo kármico? Invito al maestro Zen de cocineros a comer -le dije.
- Esto es imposible. Si no superviso los preparativos para el servicio de mañana, la comida no estará bien presentada -me dijo el cocinero.
- ¿No tienes ayudantes en el monasterio que entiendan de comidas? -le dije-. ¿Qué habrá de malo si sólo un responsable, el cocinero, no está presente?
- Esta responsabilidad ha sido confiada a éste que se encuentra en sus últimos años. Ésta es la búsqueda de la Vía de este hombre viejo. ¿Cómo podría delegar eso en otra persona? Además, para venir no he pedido permiso para pasar la noche fuera.
- Eres venerable en años. ¿Para seguir la Vía, por qué no te dedicas sólo a la meditación o al estudio de las palabras de los antiguos? Te esfuerzas como cocinero, todo lo que haces es trabajo. ¿Qué hay de bueno en eso? -le pedí de nuevo al cocinero. Y éste me dijo riendo:
- Buen amigo, que vienes de un país extranjero, todavía no entiendes qué significa la búsqueda de la Vía, ni conoces todavía qué quieren decir las palabras escritas (30) --oyéndolo hablar de esta manera, de repente me sentí avergonzado y confundido, y le pregunté:
- ¿Qué quieres decir con las palabras escritas? ¿Qué entiendes por la práctica de la Vía? -y el cocinero me respondió:
- Si no dudas en estas preguntas esenciales, te convertirás seguramente en un hombre de la Vía -en aquellos momentos no entendí qué me quería decir, y me dijo el cocinero:
- Si todavía no lo entiendes, ven al Monte Ayuwang, en otra ocasión, más adelante. Podremos hablar de la naturaleza de las palabras escritas en otro momento --y habiendo hablado así, el cocinero se alzó y me dijo: “Se hace tarde y se acaba el día. Tengo prisa. Ahora tengo que volver”.

En el séptimo mes de aquel mismo año, ingresé en el monasterio de Tiantong. Estando allí, aquel cocinero me vino a encontrar y me llamó:

- Al final del retiro de verano me jubilo de cocinero y regreso a mi pueblo. Pero al oír decir a un discípulo que tú estabas aquí; ¿cómo podía yo dejar de venir a verte?

Yo daba saltos de alegría y le estaba muy agradecido. En la nueva conversación que mantuve con él, le comenté lo de las palabras escritas y la búsqueda de la Vía, tal como hablamos anteriormente en el barco. Me dijo el cocinero:

- El estudio de las palabras escritas es comprender el propósito de las palabras escritas. El esfuerzo en la búsqueda de la Vía exige afirmarse en el propósito de seguir la Vía.
- ¿Qué entiendes por palabras escritas? -le pedí.- Uno, dos, tres, cuatro, cinco -me respondió.
- ¿Qué es la búsqueda de la Vía? -le pedí también.- No se halla escondida en ninguna parte del mundo -me dijo. (30B)

Aunque hubo gran diversidad de cosas sobre las que hablamos, ahora no las voy a describir aquí. Lo poco que yo comprendí sobre las palabras escritas y sobre la manera de seguir la Vía fue gracias a la gran bondad de aquel cocinero. Al explicarle a mi último maestro Myozén las cosas que aquí acabo de relacionar, se sintió muy feliz de escucharme.

Más adelante leí unos versos que Xuedou (31) escribió para instruir a los monjes:

Una palabra, siete, tres, o cinco palabras; (32)
ni releyendo miríadas de signos, se llega al fondo.
En la profundidad de la noche, la luna se extiende sobre un mar oscuro;
y hay muchas como la perla del dragón negro que anhelas. (33)

Lo que aquel cocinero me dijo unos años antes, y lo que Xuedou expresó en estos versos, coinciden claramente. Por todo ello entiendo que aquel cocinero era un verdadero hombre de la Vía. Pero lo que en el pasado yo veía como palabras escritas "uno, dos, tres, cuatro, cinco", hoy veo que las palabras escritas también son "seis, siete, ocho, nueve, diez" (34).

Vosotros, discípulos que me seguís, deteneos y observad minuciosamente desde aquí lo que está allí, y desde allí lo que está aquí. Si hacéis este esfuerzo, podréis obtener de las palabras escritas un Zen de sabor único (34B). Si no es así, os quedaréis sometidos, de agrado o por fuerza, al veneno del Zen de los Cinco Sabores (35), y cuando queráis preparar las comidas de los monjes, no lo podréis realizar con talento suficiente.

He tenido noticia de antiguos cocineros y, con mis ojos y con mis orejas, he conocido algunos de hoy día. ¡Y en relación con éstos, han dejado palabras escritas y dictado principios de conducta que se pueden definir como el nudo central! Incluso si se tiene el título de cocinero, la actitud mental no tendría que ser otra que la que sigue. Las Reglas de Pureza dicen: “La preparación de la sopa y del arroz para las dos comidas diarias tendría que ser hecha con pulcritud y en abundancia”. En la provisión de los Cuatro Ofrecimientos (36) no tiene que admitir carencia o escasez alguna. El Honrado del Mundo (37) nos ha legado sus bendiciones de veinte años para proteger a sus sucesores (38). Gracias al mérito de su acto, disfrutamos de su luz blanca (39), que aun siendo recibida y utilizada por todos, nunca se agota. Por eso, tenéis que saber que sirviendo al sangha no puede haber ningún indicio de pesadumbre. (40)

Si no se tiene una mente limitada, normalmente no faltarán las bendiciones. Al fin y al cabo, éste es el espíritu con el cual el abad tiene que dirigir la comunidad.

Con respecto a la actitud en la preparación de los alimentos a ofrecer y a la manipulación de los ingredientes, no discutas ni sobre su calidad ni su humildad, sino toma como hecho esencial la manifestación profunda de un espíritu verdadero y respetuoso.

¿No habéis visto como con un sencillo cuenco de agua lleno de fécula que una mujer vieja le ofreció a Él, el de los Diez Títulos (41), le reportó un maravilloso reconocimiento que fue pasando a través de futuras reencarnaciones? (42); ¿y que la mitad de un mango donado a un monasterio, le permitió finalmente al rey Asoka fijar la raíz de su vasto buen karma, recibir unos buenos augurios y obtener un gran resultado? (43) Aunque sea creado un gran y vacuo vínculo kármico con Buda (44) no es lo mismo que una ofrenda sincera, por pequeña que sea. Ésta es la verdadera práctica de una persona.

Lo que se considera como la preparación de magníficas delicadezas no es necesariamente lo más superior, ni la preparación de un caldo con las verduras más simples es necesariamente inferior. Cuándo se escoge y se sirve una hortaliza de lo más vulgar, si se ha hecho con espíritu verdadero, sincero y puro, entonces es comparable a las delicadezas más magníficas. ¿Por qué ello es así? Porque cuando uno entra en el Sangha de Buda, puro y extenso como un océano, las delicadezas magníficas no son nunca admiradas y el aroma o la hortaliza vulgar no existen: sólo existe la inmensidad del mar, eso es todo. Igualmente, cuando hacéis crecer el brote de la Vía y alimentáis el embrión sagrado, las delicadezas magníficas y las hortalizas vulgares son como una misma cosa: no hay dualidad. Hay un viejo dicho que dice así: "la boca de un monje es como un horno" (45). No tienes que dudar al intentar entender eso. Tienes que pensar que tanto las verduras finas como las ordinarias pueden alimentar el embrión sagrado y alimentar al brote de la Vía. No consideres eso poca cosa; no lo tomes con ligereza. Un Maestro de Hombres y de Dioses debe saber considerar los vegetales vulgares como algo que se convierte en beneficioso. (46)

Por otra parte, no nos tendríamos que preocupar por las cualidades o las debilidades de los monjes del Sangha, ni de fijarnos si aquél es viejo o el otro es joven. Si ni siquiera nosotros mismos conocemos nuestros propios puntos débiles; ¿cómo pueden ser conscientes unos de las debilidades de otros? ¿No sería si no una equivocación considerar las propias debilidades como las debilidades de los demás?

Aunque existan diferencias entre una persona mayor y una joven, y unos tengan juicio y otros sean tontos o incultos, como miembros del Sangha todos son iguales. ¿Además, si algo que ayer no era considerado verdadero puede pasar a serlo hoy, cómo se pueden saber quiénes son los sabios y quiénes los incultos? Las Reglas de Pureza de los monasterios Chan dicen: El Sangha se forma desde las Diez Direcciones, sin distinguir entre sabios o ignorantes." (47) Si aspiráis a discriminar entre bueno o malo, es que no practicáis la Vía que se dirige directamente al Despertar supremo. Si estáis confundidos sobre el paso que tenéis que hacer, entonces resbalaréis y pasaréis por alto lo que tenéis ante vosotros mismos. Esforzándose en no discriminar es como se alcanzan los huesos y la médula de los antiguos (48). Discípulos de las nuevas generaciones que ejercéis la responsabilidad de cocinero, también lo alcanzaréis esforzándoos en este sentido. ¿Cómo podrían haber sido en vano las reglas del gran patriarca Baizhang? (49)

Una vez de regreso en el Japón, continué en el monasterio de Kennin-ji (50) por unos cuantos años. En aquel monasterio estaba prevista la función de cocinero, pero aquél sólo lo era de nombre, por qué no tenía nada que ver con todo lo que era necesario que hiciese. ¡Incluso, no era consciente que ello fuera una labor de Buda, de tan patética como eran su búsqueda y práctica de la Vía! De verdad que era lamentable que se pasara los días sin verse con nadie, que dejara transcurrir así vanidosamente sus días, y que destruyera de esta manera temerariamente la práctica de la Vía. Una vez comprobé como el monje que ocupaba el cargo de cocinero de aquel monasterio no hacía nada para la preparación de las dos comidas diarias. Confiaba todas las materias, grandes y menores, a un criado sin cabeza y falto de sentimientos humanos, sólo le facilitaba instrucciones de carácter general. Nunca jamás lo iba a ver por si el trabajo se hacía adecuadamente o no. Actuaba como si eso fuera tan vergonzoso o humillante como mirar a la mujer de la casa vecina. Se recluía en su cámara, a veces adormilado, a veces de charla y risas, a veces leyendo sutras, y a veces rezando oraciones. Durante días y meses ni se acercaba a las ollas. Ni mucho menos tomaba nota de las existencias necesarias ni prestaba atención de las comidas que eran necesarias y de los sabores debían poseer. ¿Cómo podía hacer de esta mala manera su trabajo? Ni hay que decir que tampoco se le pasó nunca por la cabeza que hubiera dos momentos en el día en los que había que hacer nueve postraciones. Cuando llegaba el momento de instruir a los jóvenes aspirantes, nunca sabía qué hacer. ¡Qué lastimosa y triste me parecía aquella persona faltada del espíritu de búsqueda de la Vía!. Ni una sola vez se puso en contacto con un compañero que poseyera la virtud de la Vía. Si hubiera entrado en una montaña llena de tesoros, se habría marchado con las manos vacías. Y si se hubiera sumergido en un océano de tesoros, habría salido sin ninguna alhaja en el cuerpo. Tenéis que saber que, incluso si nunca habéis obtenido la iluminación, ni habéis visto a una persona que con su práctica sea digno ejemplo de la consecución de la Vía o, incluso, ni nunca habéis visto a una persona que sea digna de ese ejemplo, si tu idea de iluminación es profunda, ésta será una manera de practicar la Vía. Aunque si no se dan ninguna de las condiciones anteriores, no habrá forma por la cual te beneficies.

Según observé en diversos monasterios y templos de la gran nación Song, los monjes que ocupaban las funciones de administradores y de prefectos, aunque sólo tuvieran el mandato de un año, todos y cada uno de ellos comprendían las tres maneras de proteger el Budadharma (51). Durante su mandato, hacían uso de aquellas maneras, y en ellas se inspiraban para la superación de sus encadenamientos kármicos (52). Así, de la misma manera que esto aporta beneficios para uno mismo, también beneficia a los demás, se incrementa el prestigio del monasterio y se refuerza su preeminencia. Arrimando los codos, y superándose paso a paso, se siguen los pasos de los queridos antecesores. Tendríais que tener un conocimiento profundo de estos asuntos. Hay estúpidos que se miran a ellos mismos como si fueran cosa aparte, pero las personas juiciosas considera a los demás como a uno mismo.

Un antiguo patriarca dijo:

Dos tercios de vuestros días han pasado deprisa,
ni un solo aspecto del estrado de vuestro espíritu ha sido abrillantado.
Anhelando la vida, día tras día os la pasáis con angustia.
¿Qué puedo hacer si cuando llamo nadie vuelve la cabeza?

Tendríais que saber que si no habéis encontrado a un maestro juicioso, estaréis propensos a quedar cautivos de vuestras emociones. Como de manera lastimosa hacía aquel inconsciente hijo que despreció la fortuna familiar heredada del su acaudalado padre y se puso a trabajar de basurero y estercolero (53). ¿Seremos capaces de no convertirnos en ése?

Cuando observé a las cumplidoras gentes que en el pasado ejercieron de cocinero, sus cualidades personales iban de acuerdo con las atribuciones del cargo. El Gran Guishán despertó en la Vía siendo cocinero (54). Tozán dijo "tres libras de cáñamo" cuándo también era cocinero (55). Si hay alguna cosa que pueda ser valorada, ésta es la realización de la Vía. Si hay un tiempo que pueda ser valorado, ¡seguramente tendrás que tener en cuenta el tiempo de realización de la Vía! El beneficio de cuando se llega a acariciar la aspiración de la realización de la Vía se comprueba especialmente como en la historia de aquél que "con un puñado de tierra hizo un tesoro" (56). Nosotros lo podemos ver entre el hecho de esculpir primero una imagen de Buda y su veneración posterior. La posición del cocinero es similar o, incluso, más. Su nombre sigue siendo el mismo. Pero, ¿si el cocinero es alguien que puede transmitir su carácter y su práctica, como no podrían aparecer también la belleza y la realización de la Vía?

En general, los diversos administradores y prefectos, incluyendo al cocinero, tendrían que mantener un espíritu alegre, un espíritu respetuoso, y un espíritu grande, tanto para la realización de las ceremonias como cuando se está por el trabajo.

Lo que llamamos espíritu alegre es el alma de la felicidad. Tendríais que tener presente que si hubierais nacido en uno de los cielos, tendríais al alcance tantos y tan incesantes placeres, que no podríais alcanzar la iluminación. La práctica no sería factible. ¡Y ni mucho menos seriáis capaces de preparar las comidas como ofrecimiento a los Tres Tesoros! (57)

Entre la miríada de dharmas, lo más venerado y precioso que existe son los Tres Tesoros. Lo más elevado de todas las cosas son los Tres Tesoros. Indra no se le puede comparar. Ni tampoco el Rey que mueve la Rueda del Mundo (58). Las Reglas de Pureza dicen, "venerada por el mundo, es un lugar de excelencia situado al margen de las cosas; pura y a parte, la comunidad de monjes es lo mejor" (59). Tenemos la gran fortuna de haber nacido seres humanos y saber preparar la comida para estos Tres Tesoros que hemos recibido y utilizamos. ¿No es eso de gran importancia para el karma? Nos tendríamos que considerar muy felices.

Asimismo, tendríais que tener presente que si hubierais nacido en los reinos infernales, entre espíritus hambrientos, bestias, demonios y demás, o bien hubierais nacido en circunstancias en las que, de natural, hubierais sufrido alguna de las Ocho Dificultades (60), vuestras manos serían incapaces de preparar comidas puras como los ofrecimientos a los Tres Tesoros ni que os hubierais procurado refugio bajo el poder del Sangha. Bajo el aspecto de aquellas formas dolorosas, vuestro cuerpo y espíritu no recibirían más que dolor. Pero en esta vida, vosotros sí que podéis preparar estas comidas. ¡Sed felices por vuestro nacimiento! ¡Sed felices por como sois! Es el buen resultado kármico de kalpas y más kalpas (61). Es una distinción ante la que no se puede desfallecer. Cuando preparáis la comida y la
cocináis, la tendríais que elaborar con el deseo de conquistar decenas de miles de nacimientos (62) y, siendo conscientes de éstos, ahora y aquí, ser capaces de unir las vidas de millones de nacimientos anteriores en un buen resultado kármico. Un espíritu que contempla y entiende las cosas de esta manera es un espíritu alegre. Verdaderamente, incluso si uno fuera el sagrado Rey que mueve la Rueda del Mundo, si no preparase las comidas como ofrendas a los Tres Tesoros, al final no sacaría beneficio alguno. Sería como la naturaleza del agua, que sólo hace espuma, burbujas, o reflejos.

Lo que se denomina como una mente madura, ésta sería la de los padres y las madres. Semejante a cómo un padre y una madre se desvelan por su único hijo, nuestro pensamiento sobre los Tres Tesoros tendría que ser como la atención prestada a ese niño. Incluso si son pobres o se hallan sin amparo, los padres alimentan y aman con todas sus fuerzas a su único hijo.

Las personas extrañas no pueden entender su estado de ánimo; sólo lo comprenden cuando aquellas se convierten a su vez en padres o madres. Sin detenerse ante su pobreza o riqueza, solamente fijan su pensamiento con decisión de criar a su hijo. Sin tener en consideración si ellos mismos sufren frío o calor, dan sombra o cubren a su hijo. Podemos considerar esto entonces como una afectuosa e intensa atención dentro de su pensamiento. La persona que anhele este espíritu, tiene que estar plenamente consciente. La persona que cultiva este espíritu, es la que despierta de verdad. Por eso, cuando el cocinero observa el agua y el grano, ¡en todos los casos tendría que mantener su preocupación y cuidado como si se tratara de una tierna criatura!

Además, el gran maestro Shakyamuni dedicó veinte años de su vida como buda para ayudarnos en esta época del fin del Dharma (63). ¿Cuál era su intención? Simplemente la de quien lo valora con espíritu de padre y madre. Un Tathagata (64) es completamente incapaz de buscar cualquier recompensa o riquezas como premio.

Lo que llamamos una gran mente es, en espíritu, como una gran montaña o un gran mar: no es ni parcial ni tendenciosa. Cuando alza un liang de peso, no lo considera una cosa ligera, ni cuando levanta una roca lo considera algo pesado (65). Escuchando las voces de la primavera, no vaga por los humedales de la primavera. Viendo los colores del otoño, no tiene el mínimo apego por el espíritu del otoño. Contempla las cuatro estaciones como una tela de fondo, de perspectiva única. Ve los wen y los liang como integrantes de un mismo sistema de medida (66). Como símbolo de esta igualdad, podemos escribir la palabra "Grande". Tendríais que conocer la expresión "Grande". Tendríais que estudiar la palabra "Grande". Si el cocinero Jiashán no hubiera comprendido la expresión "Grande", no habría estallado espontáneamente con una risotada, y no habría provocado el despertar de Taiyuán (67). Si el maestro Chan Guishán no hubiera tenido en su interior la expresión "Grande", no habría encontrado el rescoldo en un tizón, ni soplado en él tres veces (68). Si el Reverendo Preceptor Tozán no hubiera conocido la expresión "Grande", no habría podido instruir al monje con el peso de "tres libras de cáñamo". Tendríais que saber que los grandes maestros del pasado reflexionaron sobre la palabra "Grande" en relación con los diversos fenómenos de este mundo (69). También, hubo quien, resueltamente, dio un fuerte alarido, explicó el gran significado, completó la gran cuestión, formó a numerosa gente, y acabó con los condicionantes del karma con esa gran cuestión. ¿Cómo podrían olvidar los abades de monasterio, los administradores, los prefectos, o los simples monjes las tres actitudes del espíritu? (70)

Escrito en primavera del tercer año de la era Katei (71) para la instrucción de los futuros devotos practicantes de la Vía.

Escrito por el monje en la transmisión del Dharma Dogén, abad del Monasterio Zen Kannon Dori Kosho Horin.





[Las notas al texto y las referencias bibliográficas se hallan en el libro impreso]

Instrucciones al cocinero (Tenzo Kyokún)
Editorial José J. De Olañeta
Palma de Mallorca, 2010
ISBN 978-84-9716-686-7